Parecía que habría que acostumbrarse a la imagen de miles de uruguayos viajando en masa a Buenos Aires o ciudades del litoral de Entre Ríos para hacer turismo de compras, aprovechando los grandes diferenciales de precios entre ambos países. Para los que tienen más de 40 años, el fenómeno implicaba un “revival” de lo que ocurría en los años 80. En aquella época inestable, la Argentina tenía recurrentes crisis, y a cada gran devaluación seguía un período en el que los precios se volvían increíblemente baratos, en términos de dólares.
Era allí cuando, para quien llegase con pesos uruguayos, se tornaba muy ventajosa la compra de ropa, alimentos “delicatesen” y las salidas a cenar y ver espectáculos. A veces la diferencia era tan grande que muchos precios podían ser inferiores a la mitad de lo que costaba consumir en Uruguay. Pero, ya en aquella época, todos sabían que se trataba de fenómenos pasajeros. No se necesitaba ser economista para entender que esa relación de precios no podía durar y que tarde o temprano habría movimientos en sentido inverso.
Por lo general, lo que ocurría era que los precios internos en el mercado argentino seguían subiendo, mientras el tipo de cambio quedaba congelado, de manera que con el paso de los meses empezaban a encarecerse en dólares. En otros momentos, podía ocurrir que la masiva salida de divisas trajera presión al mercado uruguayo, forzando una aceleración en la tasa devaluatoria. Lo cierto es que aquellas temporadas de oferta donde parecía que la Argentina era el país más barato del mundo siempre eran de corta duración, a diferencia de lo que ocurría con las compras al Chuy u otras ciudades brasileñas, donde el diferencial de precios era menor pero guardaba continuidad en el tiempo.
El ciclo se repite
Y es lo que parece estar ocurriendo nuevamente en estos días, porque los factores que habían llevado a la fiebre del turismo consumista en la Argentina están en proceso de revertirse. Hace un año, Uruguay, en medio de un fuerte ingreso de divisas, tenía una moneda que se apreciaba respecto de los demás países de la región. Argentina sufría el efecto contrario, y el gobierno de Cristina Kirchner, después de mucho tiempo de haber mantenido un tipo de cambio por debajo de la inflación, empezaba a acelerar la tasa devaluatoria.
En ese contexto de un Uruguay donde los salarios crecían en términos de dólares y una Argentina donde los precios se abarataban, el boom de compras tenía sentido: en rubros como alimentos, los uruguayos encontraban artículos hasta 40% más baratos, mientras que en ropa el descuento podía ser superior al 50%. Claro que, además, había un factor clave que posibilitaba esa ventaja: el desdoblamiento cambiario del mercado argentino.
Durante el segundo semestre del año pasado, hubo momentos en los que el llamado “dólar blue” cotizaba más de 70% encima del tipo de cambio oficial. Y esto hacía que, para aquellos uruguayos que vendieran sus dólares en el mercado informal, el poder adquisitivo subiera drásticamente. Por más que el peso uruguayo inició un proceso de devaluación, que lo llevó desde los $ 19 de hace un año hasta $22 en enero pasado, la ventaja no se diluyó porque la Argentina tuvo una fuerte corrección cambiaria de 20%.
30% menos atractivo
A partir de allí, como ocurría en los viejos boom turísticos de los años ’80, el diferencial de precios comenzó a diluirse. Mientras en la Argentina el tipo de cambio quedó “planchado”, en Uruguay el peso se devaluó un 6%. Pero, sobre todo, en el mercado argentino se redujo notablemente la brecha entre el “blue” y el oficial, hasta ubicarse en un rango de “apenas” 30%.
Y el resto del trabajo lo hizo la inflación. En lo que va del año, los precios han aumentado un 12 por ciento según el nuevo índice oficial, o un 16% según el índice que difunde el Congreso, haciendo un promedio de las estimaciones de consultoras privadas. En ese proceso de aumentos, los típicos rubros consumidos por los turistas uruguayos –indumentaria, esparcimiento, alimentos- han liderado las subas.
Como el tipo de cambio se ha mantenido estable en la Argentina, esto implica que todos estos incrementos son reales, en dólares. Hablando en números, si en enero pasado un uruguayo llegaba con $22 y lo transformaba en un dólar, con eso podía comprar 13 pesos argentinos en el mercado informal. Hoy, con los mismos $ 22 compra 96 centavos de dólar, que sólo le permiten comprar 10,5 pesos argentinos en el mercado “blue”. Y, como además hubo una inflación acumulada de 16%, la conclusión es que, desde enero hasta hoy, un uruguayo perdió casi un 30% de su poder de compra en los negocios argentinos.
Sin margen para una “devaluación exitosa”
Argentina está muy lejos de haber estabilizado su economía, como lo demuestra el movimiento que ha tenido el dólar –tanto el oficial como el paralelo- en la última semana. De manera que cabe la pregunta sobre si puede llegar a ocurrir otra devaluación brusca que, una vez más, torne a la Argentina un país barato para los uruguayos. La mayoría de los economistas considera que la economía argentina sigue afectada por un retraso cambiario. En otras palabras, que está cara en dólares y que, en el mediano plazo, será inexorable una corrección. Algunos calculan que, para recuperar el tipo de cambio real promedio de la última década, el dólar debería cotizar en la Argentina por encima de los $ 10 argentinos. Por lo pronto, sólo para mantener el nivel de competitividad conseguido con la última devaluación, debería estar en $ 9. Pero lo cierto es que este tipo de ejercicios teóricos no se condicen con el contexto político actual: el gobierno de Cristina Kirchner no convalidará otra devaluación brusca. Y, al menos por varios meses, tiene la forma de resistir, ya que ésta es la época del año en que se produce el gran ingreso de divisas proveniente de la exportación agrícola (la llamada “lluvia de soja-dólares”). Por lo que la expectativa es que haya mini-devaluaciones escalonadas que atenúen las pérdidas de competitividad. Pero, aun si ocurriera una devaluación, la gran duda que plantean los economistas es si existe margen para una “devaluación exitosa”. Es decir, para un ajuste en la cotización del dólar que no genere un inmediato efecto inflacionario. Como quedó demostrado en enero es que ante una corrección brusca, los precios reaccionan enseguida, por más que el ministro Axel Kicillof se enoje y argumente que no hay motivos para que suban los precios de bienes y servicios sin componentes importados.